Francisco Sánchez Moreno (Castro del Río, 1967) es una institución en la fotografía cordobesa. Conocido de sobra por el público, gracias a su labor como redactor gráfico del diario Córdoba durante más de veinte años, y por los lectores de Sierra Albarrana, de la que es colaborador habitual, ha querido en esta selección apartarse de su faceta periodística y destacar la más personal, que haplasmado en libros y exposiciones. Ganador de numerosos premios, entre ellos los de la Asociación de la Prensa de Córdoba y el Enresa de fotografía, es presentado por José María Gala, director de la Fundación Antonio Gala.
Por eso prefiero dar algunos pasos más para referirme a la fotografía de Sánchez Moreno (Castro del Río, Córdoba, 1967), que se mece entre la delicadeza del proceso y la poesía de su contenido. Y en ese camino me encuentro al maestro Henri Cartier-Bresson (1908-2004), quien dice que “no me interesa la fotografía sino la vida”. Y sus palabras me parecen mucho más cercanas al trabajo –sí, por qué no llamarlo trabajo, si de ello es de lo que vive- de este fotógrafo castreño. La vida respira en su obra: la vida que pule las piedras de Córdoba en Medina Azahara, en la Mezquita, en Capuchinos o en la Judería; la vida que golpea inmisericorde, todos los días iguales, a los refugiados saharauis de Tinduf, en el desierto argelino; la vida que se sucede en la visión antropológica de una madrugada de Viernes Santo de Castro del Río; o la vida regalada en el monumento a la generosidad que hay detrás de cada donación de órganos.
Eso es lo que veo en la fotografía de Sánchez Moreno: imágenes bellas, eso sí, pero que no se quedan sólo en eso, sino que además nos cuentan historias. Y van desde las que refieren historias de la Historia, con mayúscula, a las más cotidianas: a las que hablan del éxito o de la esperanza.
Y eso me lleva a dar un paso más, a plantearme otra reflexión, ésta de Susan Sontag (1933-2004): “La fotografía es, antes que nada, una forma de mirar. No es la mirada misma”. A la técnica del proceso fotográfico le hemos sumado la posibilidad de dotarlo de contenido, y ahora, además, le añadimos el alma del autor. Por eso aquí es donde interviene el fotógrafo, y ello se percibe de forma singular en el trabajo de Sánchez Moreno: a una técnica depurada le une su sensibilidad y el hecho de ser un contador de historias, ventaja que le confiere su oficio de periodista. Por eso sus imágenes nos hablan de la vida que resbala por el empedrado de Capuchinos –el “rectágulo de cal y cielo” de Ricardo Molina, o el “nunca se ha dicho tanto con tan poco” de Rafael de La-Hoz-, y de los siglos que han ido esculpiendo nuestra forma de ser, de afrontar la vida y de enfrentarnos –o no- a ella. Como hacen los saharauis en Tinduf: un pueblo que puede haber perdido su tierra pero no está dispuesto a entregar su dignidad. O como el milagro de la vida después de la vida que entrega cada donante, que se convierte en el tiempo para el que lo recibe. Y escuchar, escuchar en silencio lo que nos cuentan las piedras, lo que nos dicen de nuestra Historia, que al fin y a la postre sólo somos nosotros mismos.
Así es el oficio del contador de historias. Por eso siempre viaja con la mochila cargada de cámaras preparadas. Por eso, estas imágenes de Sánchez Moreno se me antojan pequeñas ventanas que ha abierto a la vida para recrearse en ellas y regalárnoslas en forma de grandes o pequeñas historias, todas con su alma dentro. Retratos de una ciudad y de sus gentes, sueños por cumplir y la vida, la vida siempre, en cada esquina, detrás de ellas.
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